Hola, mundo. Encantada de que estés leyendo estas líneas, voy a acercarte un poquito más a mi persona. Voy a hablaros sobre mi camino.
Nacida en Madrid hace más de 33 años pero menos de 35, soy una chica apasionada de la vida de su ciudad y de su gente, amante de los animales, de las buenas conversaciones, de los cafés en sitios bonitos, del sonido del mar de fondo…
Me considero apasionada de la vida. Cada día es una oportunidad más para regalarme ilusión.
Comencé mis estudios universitarios en la Complutense de Madrid. Soy licenciada en Administración y Dirección de Empresas. Enseguida empecé a trabajar, incluso antes de haber terminado la carrera. Mis primeros trabajos fueron en los departamentos de administración y finanzas en startups del mundo del comercio digital (un supermercado online, un grupo de tiendas online de muebles, ropa, alimentos…). Aquello fue muy, muy divertido. Conocí grandes personas, grandes profesionales.
Seguí avanzando y creciendo profesionalmente. Me dieron la oportunidad de cambiar de puesto, hacia otro camino. La consultoría digital. Seguía teniendo contacto con startups digitales y con e-commerce, pero desde otro punto. Aquí también aprendí muchísimo, sobre todo a comunicarme con el cliente, a trabajar bajo presión y junto a un equipo.
Con un buen sueldo (para mi), un puesto y unas funciones que controlaba, todo parecía ir bien. Pero empezaron a faltarme cosas. El tiempo que dedicaba a estar trabajando allí eran demasiadas horas y, sobre todo, veía que mis valores no encajaban con los de la empresa. ¿Qué significa esto? Que no me sentía en mi lugar. Sentía que lo que yo podía aportar, no estaba siendo valorado. Veía que muchas de las ideas, o incluso maneras de ver la vida profesional, no coincidían ni un poco a lo que podía pretender la empresa.
Esto se tradujo en empezar a plantearme muchas cosas. Qué quiero ser, qué he venido a hacer aquí…y cómo. Pero…lo primero a lo que tuve que enfrentarme fue a niveles de estrés a los que nunca me había tenido que enfrentar. Sin apenas tiempo para pensar en lo que se me venía encima, mis días eran trabajo, trabajo y trabajo. Eso sí, el deporte consiguió reconducirme y mantenerme a flote.
El estrés, el desear saber hacia dónde dirigirme pero, sin embargo, no tener una guía, una batuta que me despejara un poco más el camino…me comieron. Fueron meses en los que adelgacé bastante, mi rostro no mostraba felicidad.
¿Qué ocurrió? Una oportunidad, de nuevo. Una persona muy cercana me ofreció salir de donde estaba, apostando por un proyecto personal. Me iba a dar mucha más libertad, iba a conocer un mundo nuevo y una profesión completamente diferente a lo que había hecho hasta entonces. Muchos viajes, muchas cosas por aprender. Decidí que sí, que no tenía nada que perder, y pedí una excedencia (aunque sabía que era muy improbable que volviera a pisar esa oficina…). El día que entregué la carta fue…liberador. No sabía lo importante que era (y sigue siendo) para mi, la libertad.
Dejé atrás un mundo hostil para mi. Infeliz. El cambio dio rienda suelta a mi imaginación. Viajé mucho, y volé también (me dedicaba a la asesoría-consultoría de globos aerostáticos). Dejé de lado las finanzas. La tecnología. Aprendí un nuevo oficio, y sobre todo, empecé a conocerme más a fondo. Dedicaba parte de mis días a preguntarme quién era yo, qué era lo que me movía y…llegó la pandemia. Una pandemia que para qué voy a dedicarle unas líneas, si ya sabemos todos de lo que estoy hablando.
El sector del turismo fue el de los más afectados, como sabéis. Entre esto y otras circunstancias, dejé de colaborar en este proyecto, tras dos años increíbles. Y, tras esto, ya sí que sí empecé a conocer a la Ana de verdad. Esa chica que tenía por dentro unas ganas locas por ayudar a los demás, y no sabía cómo. Una chica que disfruta muchísimo con las relaciones humanas, conociendo gente diferente, enriqueciéndose de esas vidas tan tan diferentes.
Empecé unos procesos personales de coaching (yo recibía las sesiones), y fui recreándome. El mundo del desarrollo personal había estado para mi siempre ahí, pero no todo lo presente que hubiera necesitado. Me atrevo a decir que muchas veces, no nos paramos a pensar en nuestro crecimiento como personas. En qué es lo que queremos, lo que necesitamos, lo que estamos dispuestos a buscar. Y ahí viene el problema. Estamos en desequilibrio constante.
Sesiones de coaching, lecturas sobre el tema y empezar a investigar sobre qué es lo que hay que hacer para dedicarse a algo de esto (me venían a mi mente visualizaciones, me veía a mi en un futuro rodeada de personas, ayudando, explicando…haciéndoles más felices), fue lo que me llevó a mi escuela de coaching, Crearte.
Ahí fue donde ya…me enamoré de esta vida. Una vida plena. Comencé dos caminos: profundizar mucho más sobre mi interior y conocer esta profesión. Y aquí sigo hoy, convertida en coach, convertida en la mujer que más orgullosa estoy de ser, hasta el momento.